La vocación profesional bien entendida tiene mucho que ver con la capacidad de amar. La vocación es amor a la opción elegida; respuesta de amor, aspiración a servir de una aptitud no revelada; necesidad afectiva; apetencia del corazón… GERARDO CASTILLO

La vocación encierra una actitud de desinteresado amor que no tiene nada que ver con el interés egoísta hacia una profesión (propio de quien busca sólo o principalmente ventajas materiales). Veíamos, igualmente, que poseer aptitudes no es suficiente para desempeñar bien una actividad profesional: hace falta, además, afición hacia ella, quererla…

La vocación expresa así el nivel más elevado de querer: querer ser más y mejor, terminar de ser. Este objetivo está muy por encima del querer tener y del querer hacer. Por consiguiente, el tener y el hacer deben ordenarse al ser.

La vocación profesional es respuesta de amor en la medida en que se sabe ver en un tipo de trabajo una oportunidad para la mejora personal propia y ajena. Pero esta respuesta de amor no surge de forma espontánea, sino que es resultado de un largo plazo.

Por una parte, este proceso consiste en el descubrimiento progresivo de diferentes valores: la persona, la libertad, el amor… Además, el hombre advierte también que estos valores pueden crecer con el ejercicio de un trabajo profesional. Tales valores se convierten entonces en motivos elevados para realizar el propio trabajo.

De este modo, el hombre ensancha la idea que tiene del trabajo: ya no es simplemente una actividad que se realiza porque es necesaria para la subsistencia material, porque no hay más remedio. El trabajo aparece como un medio fundamental para actuar como persona: para pensar, tomar decisiones, expresarse, etc., de modo personal.

Desde esta perspectiva se comprende bien el comportamiento de quienes disfrutan de su trabajo a pesar de las dificultades que plantea y los sacrificios que reclama. También se explica la actuación de quienes trabajan con iniciativa, originalidad y estilo propio. Esta capacidad creativa es una manifestación de la capacidad del hombre para dar más de sí mismo cuando se lo propone de verdad.

La vocación expresa el nivel más elevado de querer:
querer ser más y mejor, terminar de ser

El amor comprometido

El proceso supone también el desarrollo de otras dos capacidades fundamentales para aprender a amar: la capacidad de dar y la capacidad de recibir.

En las sucesivas edades se les puede ir pidiendo una calidad cada vez mayor en lo que dan y en el modo de darlo. Se trata de que aprendan a dar cosas inmateriales (dar el propio tiempo para escuchar, comprender, animar, ayudar a los demás). También importa que mejoren en la forma de dar: que lo hagan con desprendimiento –sin esperar nada a cambio–, con generosidad, con elegancia –casi sin que se note–, con respeto, con oportunidad…

A los hijos les cuesta mucho dar de ese modo. Además, los progresos realizados entre los seis y los once años apenas suelen notarse cuando llega la pubertad y la adolescencia. En este periodo son menos capaces de querer y no saben realmente lo que quieren.

Los padres necesitan, por ello, mucha comprensión y paciencia. Pero deben actuar, al mismo tiempo, con exigencia; una exigencia adecuada a la edad y posibilidades de cada hijo y reforzada con el ejemplo.

Los adolescentes necesitan que se les aclare el sentido del verdadero amor, para, de ese modo, ser capaces de pasar del amor a sí mismos a la entrega, el amor comprometido. Que aprendan a darse a los demás a través de lo que hacen.

Enseñar a recibir no es algo separable de enseñar a dar. Para dar más a los otros necesito enriquecerme, seguir recibiendo, tener algo nuevo que ofrecer y compartir.

Saber recibir supone capacidad para aceptar o para buscar ayudas necesarias para la propia mejora personal. Pero esta labor no es fácil, especialmente en la adolescencia. En esta edad los hijos actúan de forma autosuficiente, rechazando muchas ayudas ofrecidas por los padres.

También aquí es fundamental el ejemplo de los padres: que los hijos vean que pedimos y aceptamos ayudas de todo tipo y con humildad. Si algunas de esas ayudas se les piden a los hijos es probable que ellos se animen después a pedir o aceptar ayudas de sus padres.

El logro de los objetivos mencionados contribuye en gran medida al éxito de la orientación profesional que se promueve desde la familia.

Gerardo Castillo Ceballos es doctor en Pedagogía y profesor emérito de la Universidad de Navarra, donde ha sido profesor y subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación y del Departamento de Educación, y profesor en el Máster sobre Matrimonio y Familia.