Esta problemática situación puede aflorar –y frecuentemente lo hace– a través de actitudes apáticas que, además de lo ya dicho, explican muy bien hasta qué punto el adolescente necesita, inexcusablemente, descubrir su identidad, qué cuestiones le conciernen por ser quien es y, en todo caso, encontrarle sentido a su propia vida; es decir: el motivo capaz de impulsarle a salir de su desconcertada indolencia, con el entusiasmo y el ardor de quien ha alcanzado ya la certeza de estar llamado a la gran e ilusionante empresa de ser –de llegar a ser– de forma plena, persona humana; y, como tal, autor-protagonista de su propio proyecto y peripecia vital subsiguiente.
FRANCISCO GALVACHE

No podía faltar, por último, en esta breve selección, un hecho doloroso que ha preocupado siempre a los padres de cualquier tiempo y lugar: el aparente y progresivo alejamiento afectivo de los hijos adolescentes respecto de los padres, y de acercamiento e inclusión más o menos absorbente en el microsistema constituido por sus compañeros y amigos en ciernes, que con mucha frecuencia es interpretado, exageradamente por los padres, como sorprendente e inexplicable muestra de rechazo y desafecto.

Esta interpretación, aunque no carece de fundamento, se asienta en un estereotipo acuñado a lo largo de tantos y tantos desencuentros con la realidad que consumamos los humanos, víctimas frecuentes de nuestra inveterada torpeza en materia de comunicación interpersonal; y, paradójicamente, en el seno de la comunidad especialmente adecuada al nacimiento y desarrollo de la intimidad y de la apertura de y entre sus miembros.

El aparente alejamiento afectivo de los hijos adolescentes respecto de los padres suele interpretarse como muestra de rechazo

El antídoto para prevenir

A esta errada percepción se une la –también muy generalizada– de que los jóvenes de hoy permanecen viviendo en el hogar familiar sólo porque se sienten muy cómodos en él. Sin embargo, esta aventurada opinión –y muy a menudo injusta–, de una parte, implica, al menos, que los jóvenes se sienten satisfechos con el mayor o menor grado de bondad del insoslayable clima de convivencia que reina en sus respectivos hogares; lo cual, como es natural, no refuerza precisamente la credibilidad de ambos estereotipos.

El antídoto adecuado para prevenir y evitar que cristalicen en los hogares ideas preconcebidas con tan escasa carga de verdad pasa, seguramente, por que los padres, que deben ir por delante de los hijos en términos de madurez y responsabilidad, asuman que, de ellos, cabe esperar, en primer lugar, que sean capaces de recuperar su no tan lejana memoria de su adolescencia; y en segundo, que consigan entender que la cadena lógica a seguir para lograr el buen entendimiento entre ellos y sus hijos, así como sus naturales consecuencias, consiste en volcar la voluntad y el corazón en encontrarse, tratarse, conocerse, aceptarse y quererse. Esto es lo natural, aquello para lo que podemos decir que estamos hechos. Las situaciones reales de aversión y rechazo entre los hijos adolescentes y sus padres afectan, en términos relativos, a muy escaso número de hogares que, cuando eso ocurre, suelen hallarse envueltos en precarias circunstancias especialmente conflictivas.

Francisco Galvache es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y orientador familiar por el ICE de la Universidad de Navarra.

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